viernes, abril 21, 2006

antes de dormir...




Me abro y compruebo
Que por dentro soy nada
ni una luz
ni una palabra

.....Aunque esa estrella me habla
Me dice que esté tranquilo,
que mi tiempo ya se acaba,
Me arde el desconsuelo
de ser tan nada

Me cubro de vacío
Enciendo mi mirada...
Y el cielo distante
Se despide en mi ventana
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sábado, abril 15, 2006

un buen día, las piedras no caerán (parte II)

Somos seres perceptores en nuestra esencia.
Y nos gusta honrar esa esencia y sencillamente percibir: cuando hablamos de felicidad, hablamos de mirar el mar, de sentir el sabor de una manzana, de sentir el calor de la mano de otra persona, de deslumbrarse con una noche estrellada, de sentir con los labios el rostro de un ser querido, de gustar el aroma de una flor… Eso es el mundo. Es sentir. Es misterio en cada parte. Es una invitación a seguir lo que sentimos, a dejarnos llevar sin interrumpirnos buscando motivos… a danzar con la vida.

Ahora bien, ¿por qué la tendencia a querer explicar todo?
Porque hemos sido educados en que el mundo fue hecho en función de la raza humana y como tal debe ser controlable por nosotros. Y, por sobre todo, nos han enseñado a temer al misterio. A negar todo eso que nos da cosquillas en el estómago y nos hace temblar. A suprimir lo incierto. A fijar esquemas y repeticiones. A buscar lo conocido. A negar lo desconocido. A desarrollar una familiaridad mecánica con todo. A dejar de sorprendernos y vivir semidormidos sobre un mundo explicado y agotado en sus posibilidades.

Ahora voy a tocar un aspecto curioso de la percepción.
Si bien somos netamente perceptores, el acto de percibir no es un evento pasivo en absoluto. El modo como se fija nuestra realidad es algo de lo que somos partícipes, y lo fabricamos de tal modo que el mundo sea lo que esperamos que sea.

Ejemplos de lo anterior hay en todos los niveles:
Si tenemos el profundo antojo de que alguien sea bonito o bonita, lo es; si queremos que sea feo, también lo será para nosotros.
Si queremos que algo sea fácil, es fácil; si nuestra voluntad ordena que sea difícil, se nos hará difícil.
Si deseamos profundamente enamorarnos, nada lo podrá evitar. Si algún comando de nuestro ser más profundo nos ordena romper con el hechizo del enamoramiento, así será.
Si pensamos que al caminar descalzos sobre brasas ardientes nos quemaremos, eso va a pasar; si pensamos que no quema, no nos quemaremos.

Siendo la realidad el resultado de nuestra percepción, y ya que nuestra percepción es algo seleccionado y moldeado por nosotros mismos… no es de extrañar que, del mismo modo que hacemos la realidad, podamos deshacerla. O sea, deshacer la descripción que nosotros mismos hemos hecho y aceptado.

Todo lo anterior, es decir: el hecho de que las leyes que dominan el mundo son descripciones de lo que percibimos; y el hecho de que nuestra percepción sea moldeable, me hace recordar lo que se supone que hacían (¿hacen?) los hechiceros de culturas antiguas.
Se dice que aquellos hechiceros, sin dar nada por sentado, con absoluta fe en ellos mismos, sin duda alguna en sus mentes y sin obstáculos en sus corazones, usaban la fuerza de su voluntad para derrumbar el mundo cotidiano desde sus bases y crear mundos insólitos.
Tal vez para ellos, así como para nosotros, soltar una piedra y que ésta no caiga sea sólo cuestión de quererlo.

lunes, abril 10, 2006

un buen día, las piedras no caerán...

Un día de otoño del año ’96 – si mal no recuerdo -, estaba frente a la Plaza de Viña esperando un bus con un buen amigo, con quien siempre hablábamos de todo. Recuerdo que él, de la nada, me preguntó: “Marco, si yo suelto este cuaderno que está en mi mano… ¿qué pasará?”. Yo le contesté “se va a caer”. Y él preguntó de nuevo “OK… ¿y por qué?”
Mi primer impulso me ordenaba responderle “por la fuerza de gravedad”. Pero preferí dar una pequeña vuelta en mi mente antes de contestar. Finalmente le dije: “Sabes… en realidad no sé si se va a caer o no. Sólo supongo que lo hará porque siempre he visto que las cosas se caen al soltarlas…”
No recuerdo si mi amigo estuvo de acuerdo conmigo. Pero a mí el asunto me quedó dando vueltas…


Cuando estudiaba para mis ramos de Física, leía muchas teorías sobre el mundo. Muchas explicaciones de esta forma:
“Esto es así por esta causa; y si no fuera por esa causa… ¡imagínense!, nada de este fenómeno sucedería…”.
“El Sol y la Tierra siguen juntos gracias a la justa fuerza de gravedad. Si no fuera por esa gravedad, no giraríamos en torno al Sol… ¡y la vida sería imposible!”

Esa clase reflexión me parecía un poco… ridícula. ¿Por qué los seres humanos evalúan lo que ya es, lo que ya perciben, como si necesitara un motivo? Peor aún, ¿por qué buscan un motivo que satisfaga la razón humana?

Voy a hacer un ejemplo más específico (aunque muy simplificado): si un objeto cargado eléctricamente va viajando y se mete entre dos imanes, ocurre que empieza a moverse en círculos.
“Vaya vaya…” – dicen los científicos al ver el objeto dando vueltas, sin saber mucho qué decir. Luego de varios experimentos, tiran líneas en un papel y definen el “campo magnético”. Finalmente, formulan una ley que establece el movimiento de partículas cargadas dentro de una zona magnetizada. De ese modo, el misterio se acaba y ahora todo el mundo sabe qué es lo que hará esa partícula en una zona tal.

Bueno, pues tal “campo magnético” no existe. Es sólo un modelo, o sea, un modo útil de describir lo que usualmente ocurre.
Pero la mente humana ya dio vuelta la tortilla, y ahora dice: “si una partícula cargada pasa entre dos imanes, se moverá en círculos porque el campo magnético implicará una fuerza sobre él que lo hará girar”. Ese porque ya es absurdo.
“Si soltamos una piedra caerá por causa de la fuerza de gravedad”. Igualmente absurdo.

Con estos razonamientos, nos llenamos de modelos que pretenden explicar el mundo en que vivimos.
Lo que no nos damos cuenta es que las explicaciones acerca del mundo no explican nada: son meras descripciones hechas de tal modo que tranquilizan la mente humana. Su finalidad no es explicar (porque no se puede) sino ocultar el misterio de la vida.
Es lo que acostumbramos hacer en todos los casos: buscar explicaciones convenientes que nos tranquilicen. De última, cuando la mente se ve encerrada y no logra encontrar un motivo a lo que nos ocurre, recurre a la explicación más fácil, la que menos argumentos necesita: Dios.

En realidad sólo podemos describir el mundo, no explicarlo. Somos como espejos que reflejan el mundo. El reflejo es nuestra percepción...

__________________________________(Continúa y termina en una segunda parte, pronto)